De Carver me gusta su cáncer, sus relatos cortos y sus poemas. No es mi poeta preferido y sin embargo, me parece la única persona capaz de llamar a las cosas por su nombre. Fue un borracho y no se arrepintió. Tuvo dos vidas: la de borracho y la del cáncer sin alcohol. No hizo de la segunda parte de su vida una enmienda de la primera. Fue honesto y valiente. Fue él mismo. Ahí la rareza. Y no es digno de admiración ni de desprecio. Ni lo pretende.
Aún no conozco a su primera mujer ( la biografía de Circe está en mi lista de libros pendientes), pero conozco un poco a Tess Gallagher, la última. Seguramente, tan retorcida como él. Seguramente, tan endurecida como él. Y tan franca. Los poemas de ambos configuran mi historia de cáncer favorita. La que más honesta me parece. Ahora leo El puente que cruza la luna, escrito por Tess tras la muerte de su marido y entiendo que la suya fue una historia de amor y de reencuentro. Después del dolor de los primeros años de sus vidas encontraron el uno en el otro lo que necesitaban para sobrevivir al resto. Ella ha seguido siendo "ellos" aún después de su separación. La forma en que los representa a través de sus textos deja claro que no eran una pareja sino un equipo. Construyeron su felicidad sobre las cenizas de su tristeza pasada. Y la noticia del cáncer de Carver no pudo con ellos. Era una intentona más de la vida queriendo joderles ( digo "joderles" porque la vida no acostumbra a "fastidiar". Y llegó tarde y dio en hueso. Bien sabían ellos que vendrían más golpes, pero se blindaron ante esa manía persecutoria y estúpida que tiene la vida con los que se atreven a desafiarla. Leo a Carver todo el tiempo y ahora a Tess como quien llama a ese amigo que nunca miente. Sin heroismos, por favor.
DEJO DE ESCRIBIR EL POEMA
para doblar la ropa. Da igual quién viva
o quien muera: sigo siendo una mujer.
Siempre tendré mucho que hacer.
Doblo las mangas de su
camisa. Nada puede frenar
nuestra ternura. Volveré
al poema. Volveré a ser
una mujer. Pero, por ahora,
tengo una camisa, una camisa gigantesca
entre las manos, y, en algún lugar, una niña pequeña,
al lado de su madre,
la mira para aprender cómo se hace.
Tess Gallagher, El puente que cruza la luna
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