Pensé que quizá la tregua era el paso previo a la calma, a una felicidad leve pero que nos permitiera decir adiós a las armas... pero me levanto y la veo llorando, y sé que es bueno que así sea. Es difícil, casi imposible, digerir lo evidente cuando se nos atraganta. Logramos esquivar el día a día, la amargura de los aniversarios; logramos que no se atrofien esos dedos de la mano que ya no usamos para numerarnos, pero la realidad se planta ahí cualquier día, frente a ti, para recordarte el enunciado más sencillo: no van a volver. No obstante, a estas alturas es cierto que uno debería tenerlo claro, pero te levantas y está ahí, esperándote en la puerta de tu cuarto, esperando a que salgas para joderte el día. Me levanto y la veo con lágrimas en los ojos y sé que esa felicidad que presumíamos no viene para quedarse, así que voy a la tienda del vigía, lo zarandeo hasta despertalo y le ordeno que suba inmediatamente a su atalaya. No parece que esto vaya acabar nunca. Falsa alarma.
3 comentarios:
Hay, habrá días mejores y días peores. Mucho ánimo, C. y un beso muy muy grande.
Yo no creo que sea falsa alarma.
Hace un tiempo aprendí de Savater a distinguir entre felicidad y alegría: la primera nunca viene para quedarse, es siempre pasajera, y muchas veces impresible.
Aspirar a ser siempre feliz es la mejor manera de ser un infeliz.
Como mucho, alcanzaremos momentos, instantes, ratitos de felicidad, que son inevitablemente efímeros, pasajeros, frágiles.
Eso no significa que no tengan valor. Al contrario: son tesoros que quizá no valoramos en su justa medida.
Pero sí podemos trabajar por la alegría. Sobre todo, haciendo lo que sabemos que nos sienta bien..
Y a veces hace falta llorar para poder después estar alegre.
En fin, hablo de más y digo de menos.
Un besote.
Hablas y creo que entiendo lo que no dices, eso importa.
Yo sólo quiero que claree un rato después de tanta tormenta, quiero tener tiempo para que se me seque la ropa.
Alegría, alegría. Amén.
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