Ayer, por fín, conseguí encontrar un ejemplar de Cartas a Lou. Y, a pesar de la insensatez que supone gastar dinero en los tiempos que corren, no pude resistirme. En días como estos me resulta harto más fácil establecer un diálogo con un libro y trazar planes de fuga a horas intempestivas, que concentrarme en hablar con los seres humanos que me rodean.
Me sorprende en estas cartas de amor lo explícito de algunas entradas. Apollinare, el magnífico, diciéndole a su amada que " no haga manita" antes de que le concedan un permiso y vaya a visitarla, refiriéndose a que no se masturbe para que conserve todo su deseo para él. Se dibuja como un ser masculino que conserva esa dureza dominadora más allá de que, en ocasiones, roce el ridículo en sus envíos de amor. Órdenes precisas que son enviadas a su amadérrima Lou para que organice sus dias de permiso ( ella que nunca estuvo totalmente enamorada de él).
Sin embargo, el libro merece la pena. Es curiosa esta intimidad más propia de una correspondencia real e imperfecta que de una exhibición literaria. No me arrepiento de la compra. Sin embargo, he hojeado tan solo la poesía de Faulkner ( Bartleby) y como su propio autor confesó en más de una ocasión, no destaca por su maestría. Tiempo al tiempo. A veces, un libro necesita dormir en la estantería antes de que nos acerquemos a él. Y yo ahora estoy revuelta, jodida y triste. Sin lirísmo alguno. Me despespera esta sensación de bucle, me aburre profundamente este masdelomismo. Y no me apetece luchar más contracorriente. Que inviten a todo mis circustancias. Resisto pero imposible sin medicaciones varias y sin paciencia y sin esta pertinaz fe en que algún día, finalmente, se hará justicia y vendrá lo bueno para quedarse. Qué cosas.
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