14.11.11

Corresponsalía: El síndrome de albatros

El síndrome de albatros es un síndrome real. Al parecer, consiste en la incapacidad del paciente para superar el mal que lo aqueja lo que le empuja a aludir de modo constante a dicho mal. O algo así. También es el título de la última novela de Gonzalo Suárez que conversaba esta tarde con Enrique Vila-Matas en el Teatro Romea en Barcelona para presentar a su criatura. En el escenario dos escritores mayúsculos en una mesa minúscula. Un espectáculo contemplar sus piernas bajo la mesa, el único indicio de la timidez de ambos. Si solo atendiéramos a ese detalle cualquiera podría imaginar dos niños con su bata del colegio intentando describir cualquier cosa. La realidad no dista mucho de esa imagen. Hablan de cualquier cosa, hablan de la escritura, por supuesto, pero al tiempo se interrumpen creando sobre la marcha perspectivas imposibles. Ambos coinciden en señalar que lo normal es lo excepcional, que lo normal no existe en realidad. Cuando escriben, coinciden, piensan luego no existen. La realidad se detiene para que puedan aprehenderla y aprenderla. Vila-Matas observa que nada es lo que parece a ojos de un escritor y que si, por ejemplo, los marcianos nos visitaran sería más probable que pensaran que son los coches los que pueblan la tierra y no las personas. Escribir implica saber algo nuevo, reconocer algo que no se esperaba que apareciera en el texto. Escribir es divertido si entendemos que parte de esa diversión atiende a la desesperación que supone aceptar "la vida a secas". Alguien dijo una vez que solo a los idiotas les basta con la vida a secas. Por eso el escritor intenta atrapar la realidad mediante la escritura para evitar el dolor. Pienso en Joan Didion y su pensamiento mágico. Gonzalo Suarez cuenta como un día en el teatro María Guerrero se dio cuenta de que simulando la vida en un escenario se podía evitar el dolor "en directo". Eso es Hamlet. Porque cuando la vida irrrumpe se acabó la literatura. Y nos pasamos la vida como los habitantes de una población próxima a un volcán. Cada vez que este ruge, vomita ceniza y lo arrasa todo, los hombres de este pueblo vuelven a construir y pronto olvidan que el volcán está ahí y que en cualquier momento puede volver a arrebatárselo todo. Para eso nos sirven los libros, la literatura. Olvidamos el dolor y seguimos adelante. Por eso muchas veces, cuando nos ocurre algo, sabemos lo que nos pasa porque otros antes lo escribieron. Y ahí es donde los clásicos tienen sentido porque al leerlos podemos establecer un diálogo con muertos inteligentes. Algunos autores serán nuestros amigos, otros no. La existencia no es otra cosa que construir al pie del volcán. Para algunos. Otros permanecen esclavos de su dolor, carne de síndrome, puro albatros.

Si mal no recuerdo, el albatros es un pájaro monógamo que solo tiene un par de crias en su vida. Si mal no recuerdo algunas culturas representaban a Jesucristo como ese ave herida que luego encontró su paralelo en la imagen de la crucifixión con aquella herida supurante hecha con una lanza. Se me ocurre que la Iglesia ha pasado quizá demasiado tiempo lamiéndose la herida y el volcán ha seguido rugiendo para todos. Se me ocurre que tan obsesionados estaban con su herida que ni siquiera se dieron cuenta de las consecuencias de que el volcan rugiera. Hay que dejar que la gente reconstruya sus cabañas y no detener sus vidas obligandoles a mirar y temer al volcán.

La primera vez que el volcán arrasó mi vida era navidad. Supongo que todos tenemos algo de albatros y aunque nos llenamos de literatura, y gracias a que nos llenamos de literatura y por tanto tomamos conciencia de los otros y vivimos en los otros la vida con todo su jugo, a veces, solo en fechas señaladas, sentimos en nuestro interior cómo ruge el volcán y tememos irracionalmente que nos vomite encima. Pero la solución, la buena, es seguir construyendo bajo el volcán. En eso estamos.

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