"Últimamente he dado paseos ovalados". Maeve Brennan
«Nosotros, neoyorquinos corrientes, éramos reyes y señores en todos esos lugares, aun en aquellos en que el dueño fingiera ser hosco o en los que lo fuese realmente. Podíamos elegir y encontrar nuestros restaurantes favoritos y disfrutar de una de las maneras de sentirnos en casa en esta ciudad. Es en la vida cotidiana, buscando restaurantes, tiendas y un lugar donde vivir, cuando encontramos nuestra vía para entrar en la ciudad. Y hay que encontrar una vía propia en Nueva York. Porque no es una ciudad hospitalaria. Es muy grande y no tiene corazón. No es encantadora. No es simpática. Es agitada, ruidosa y descuidada, es un lugar duro, ambicioso e irresoluto, no muy animado, y nunca alegre. Cuando relumbra, es muy muy brillante, y cuando no brilla, está sucia. Nueva York no hace nada por aquellos de nosotros que nos sentimos inclinados a amarla, excepto implantar en nuestro espíritu una morriña que nos confunde hasta que nos alejamos de ella, y entonces comprendemos por qué sentimos inquietud. En casa o lejos, sentimos añoranza de Nueva York, no porque Nueva York fuese mejor ni peor, sino porque la ciudad nos posee y no sabemos por qué».
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