Terrible, la lluvia.
Toda la noche, la lluvia
que amo. Vuelvo a sentir el peso de su pierna
como un ala delicada y enorme
en la cadera. Continúa: la lluvia,
no él. Excepto por esa caricia
plenamente habitada. Elipsis de
eucalipto. Sus brazos, su hermosa
y despreocupada respiración. El contralto
de sus labios se inscribe
en la curva de mi cuello. Penumbra de muselina.
El olor almizclado del queroseno., adherido
a la lluvia incesante, en el salón, donde
no hay nada que hacer salvo ser feliz, ser
libre, como si alguien tristemente acusado
entrara con el abrigo empapado
y dijera: "Pero si yo solo quería
llorar y amar", y nosotros rodásemos hacia
la voz como un solo cuerpo y dijéramos
con los ojos cerrados: "Pues llora; pues
ama". Capullos de jazmín esparcidos por
su pelo, para que se abrieran en la noche
e iluminaran la habitación. Caería la lluvia
aquella mañana, y aún
cae, y, donde habíamos yacido
una luz ártica firme
en la liberación de la mente.
Tess Gallagher, El puente que cruza la luna
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