Hoy me siento triste por mil cosas pasadas de moda. No me refiero a los 80, por ejemplo, esos años vendedores de biblias a los que ya no les abro más la puerta. No me refiero a los amigos de siempre, que hicieron de "siempre" aquel familiar al que se decide no hacer nada por volver a ver; ni siquiera estoy triste por los hombres que amé o no, unilateralmente o vuelta y vuelta dependiendo del caso, porque me niego a juzgarme dos veces por el mismo delito. No me refiero a mi infancia precozmente racional y consciente. Todo esto me aburre. Está pasado de moda. Pero hoy estoy triste por ese montón de cosas pasadas de moda que vuelven al corazón como la mala comida que regresa a la boca. Las cosas que me producen una sensación de asco-pena, que ponen al borde de mi charca personal de autocompasión y me llenan de rabia. Malditos bastardos. No tengo ganas de charca o piscina, de pena, de tanto día grís y tanta introspección. En estos días tan out of order, tan fuera de catálogo, tan game over, no le envido la costilla que le falta a más de un Adán para poder vivir mirándose al ombligo.
Sólo quiero que pasen, que se apague la luz y salir de la escena y dejar que los mimos se harten, las maiorettes lancen sus bastones por todo lo alto y las mises se convenzan de que son algo más que un cuerpo bonito. Y lo demás es mañana y entonces ese día, al término del mismo, podremos decir que estuvimos allí y que fue todo nuestro.
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