Ahora el Minotauro resopla bajo la ventana y el sonido de su sola respiración la arranca del sueño. No estar en el laberinto sino compartir tabique con el laberinto. Dormir sobre el violento. Oír su risa elevarse desde el foso en que se esconde esa bestia, ese cerdo dumiente en su piara impoluta. Sentir miedo. Mi casa tomada a partir de mi casa. Una violencia trasparente, un espino invisible que limita mis movimientos y entrecorta mi respiración.
Pero el laberinto está ahí fuera y no hay Teseo que valga, que me libere, que ya me sirvo yo sola (y no lo estoy) para dejar atrás al minotauro rumiando su miseria en su casa sin alas.
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