31.8.13
Cada vez me hace más falta, padre Karras.
Finalmente había encontrado una casa, colgado unos cuantos cuadros en las paredes, me comprometí incluso con el espacio que habitaba, Pero ahora todo eso se tambalea. Vuelvo a una casa que parece menos buena que antes, menos hogar, menos refugio. Regreso a una casa triste que ha perdido su encanto. Y me canso. Me canso de intentar que todo mejore, que yo mejore, que la vida por fin se enderece y encuentre su rumbo. Estoy harta de patrullar por las noches, de esta vida de superheroina siempre pendiente de la luz que se proyecta en la ventana o en el techo de la habitación. Harta de ponerme la capa y saltar por la ventana y a ver qué coño pasa ahora. Y eso que he puesto la casa patas arriba pero nada, ni rastro de piedrecitas verdes, restos de Cripton. A veces el gato las encuentra en el patio y las esconde por la casa. Me doy cuenta porque cuando lo hace me siento más tristona, más floja. No es nada que no se pueda arreglar con una rutinaria limpieza general. Pero esta vez no, esta vez es como si un moco verde cubriera las paredes, la estructura y volviese pesados mis pasos y mi ánimo. Y sí, siempre queda la esperanza de que si volviera a Cripton igual podría volver a intentarlo... o incluso podría mudarme a otro planeta en esta misma constelación. Pero no es fácil. Una persona de mi condición necesita un ventanal para emergencias, luz, un lugar para instalar la cueva que me permita organizar mis asuntos, armario para los trajes... Demasiado equipaje para llevar una vida nómada. Y llega un momento en que un clavo ardiendo parece un oasis.
[Cada vez me hace más falta, padre Karras.]
12.8.13
Abandonar al Minotauro
Cerró la puerta con violencia, como si deseara que al volver abrirla la imagen de aquel necio al otro lado hubiera desaparecido para siempre. Peor fue lo que ocurrió después. La casa lloró y ella lloró y ambas casa y mujer se quebraron sin remedio.
Ahora el Minotauro resopla bajo la ventana y el sonido de su sola respiración la arranca del sueño. No estar en el laberinto sino compartir tabique con el laberinto. Dormir sobre el violento. Oír su risa elevarse desde el foso en que se esconde esa bestia, ese cerdo dumiente en su piara impoluta. Sentir miedo. Mi casa tomada a partir de mi casa. Una violencia trasparente, un espino invisible que limita mis movimientos y entrecorta mi respiración.
Pero el laberinto está ahí fuera y no hay Teseo que valga, que me libere, que ya me sirvo yo sola (y no lo estoy) para dejar atrás al minotauro rumiando su miseria en su casa sin alas.
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