7.11.08

Cartas a Lou

Niza, 28 de septiembre de 1914

Después de haberle dicho esta mañana que la amaba, querida compañera de la velada de ayer, me da menos reparo escribírselo ahora.
Ya me lo había parecido desde el almuerzo en la vieja Niza, donde sus grandes y bellos ojos de cierva me turbaron tanto que me fui lo antes posible para evitar el vértigo que me causaban.
Es aquella mirada la que prevalece en mi memoria, más que sus ojos de esta última noche, de los que recuerdo sobre todo la forma, no la mirada.
De esta noche bendita guardo ante todo el recuerdo de la imagen del arco tenso de una boca entreabierta de niña, una boca fresca y risueña que profería las cosas más razonables y espirituales con un timbre de voz tan encantador que, con el miedo y la desazón en que nos sumen los deseos imposibles, pensaba que, al lado de una Louise como usted, habría querido ser el Taciturno.
¡Ojalá pueda volver a oír la voz que inspira con su encanto fantasías tan maravillosas!
Transcurridas apenas veinticuatro horas, ya me abate y me exalta el amor en movimiento pendular, tan hondo y tan alto que me pregunto si habré amado hasta ahora alguna vez.
Y la amo con un estremecimiento tan deliciosamente puro que cada vez que imagino su sonrisa, su voz, su mirada tierna y burlona, creo que me acompañará siempre, aunque nunca vuelva a verla en persona, su grata imagen impregnada en mi cerebro.
Como verá, sin querer he tomado precauciones de desesperado, porque tras un minuto vertiginoso de esperanza sólo anhelo que permita a un poeta que la ama más que a su propia vida elegirla como su dama y proclamarse, querida compañera de anoche cuyas manos adorables beso, su servidor apasionado,

GUILLAUME APOLLINAIRE

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