18.9.11

Lo sabían

Recuerda que estaba loca por él. Este verano tenía quince años, llevaba el pelo corto, y le habían comprado dos bañadores: uno amarillo flúor (estaban de moda)  y otro verde y naranja en el que se podía leer "Call Me" seguido de un número de teléfono cualquiera. Eran otros tiempos y aquel bañador era políticamente correcto. Estaba delgada, nunca tanto como las demás, pero su índice de masa corporal era más que aceptable.Sin embargo, no tenía ni la más remota idea de aquello. Pero no fue ése el verano en que las cosas cambiaron, eso ya había empezado a ocurrir tres años atrás. Hasta la fecha seguía sin entender cómo funionaban las cosas. Quizá la culpa era del cole de monjas, todas chicas. Los chicos estaban ahí fuera, como los extraterrestes o los fenómenos paranormales.
Estaba loca por él y ya había besado a unos cuantos.  Pero sin éxito. O mejor decir que éxito sí, mucho, demasiado, más del que era consciente y más del que podía comprender. Pero ese verano y ese invierno ella estuvo loca por él. Tenía cinco años más que ella. Era del grupo de los mayores, porque cuando tienes quince años siempre lo son. Tonteaban en la piscina, jugaban en el agua, ella se divertía y poco a poco se fue enamorando de él. Así funcionan las cosas a los quince años. Después todo se complica. Enamorarse es a esa edad una condición necesaria, como el carnet de la biblioteca o del videoclub. Enamorase y luego comenzar a imaginar besos de película, besos con travelling incluído, besos idiotas, mucho. Pero a menudo la realidad cuenta con unos escenógrafos pésimos. La primera vez que la besó estaban en su casa, la de él. La copa Davis, Roland Garros, no, por las fechas debía ser Wimbeldon, sí. La verdad es que ni entonces ni ahora le ha interesado lo más mínimo el tenis. Pero allí estaban besandose en el salón mientras se oía al juez de pista con sus noes recriminatorios. Cinco años a veces significan muchas cosas. Por eso la clandestinidad. Tan inocente como para no vivir aquello como algo de lo que presumir sino más bien como algo secreto, romántico, muy rosa. Las películas de las sobremesas del fin de semana han destrozado más de un imaginario adolescente. Y así fue un par de veces más ese verano. Besos clandestinos, besos y algún codo defensivo porque el amor que imaginaba solo consistia en eso, en besos, muchos besos. Y después movimientos raros, amigos que reprochan pero que reprochaban porque querían lo mismo, lo mismo pero para ellos; amigos protectores pero solo presuntamente. Y entonces, ¿cómo entender nada?¿Cómo saber quien era el malo? ¿Lo era ella acaso?
Tenía quince años y estaba enamorada de él y sí, lo pedía, lo pensaba, lo desaba porque si hubiera nacido cinco veranos antes entoces, estaba convencida, serían felices para siempre. Porque al principio lo que llamos amor se reduce a besos sin más y para siempre. Pero no fue así. Obvio.
Después de ese verano pasó de todo, pasó demasiado, pasó mucho que no hacía falta que pasase y los quince años se convirtieron en un lugar al que no volver jamás, ni siquiera con todo lo aprendido ahora, ni siquiera para tomarse la molestia de editar los recuerdos. Bueno, se decía, pero se deslizaba por un tobogán de desafecto y falta de autoestima. Con todo, aquel amor de quince años resulto inocuo. Lo supo cuando vino todo lo que vino después. Llovió, mucho, llovió todo lo que podía llover y algo más. Y durante años ella sintió que ya no la lluvia, sino un monzón se cernía sobre ella. Bueno, pensó otra vez, en ocasiones, esto es lo que hay. Las niñas buenas van al cielo y las malas, las malas invitan siempre a la última ronda. Con los años, los besos, y las copas se hicieron buenos amigos. Dejó de estar enamorada de él para enarmorarse de otros tantos con intensidad y final similares. Donde hay patrón no manda marinero. Y su patrón se repetía sin descanso. Lo bueno del tiempo, lo mejor que tiene el tiempo es que pasa, con mayor o menor rapidez pero pasa.
Hoy, veinte años después, recibe un mesaje suyo en el móvil.  Lo bueno que tienen los años también es que curan heridas y las suyas hoy, mientras lee su mensaje, le quedan ya muy lejos. Contesta: "Estoy bien ¿y tú? " Algunas conversaciones deberían autodestruirse como los mensajes de los agentes secretos. Justo después de la primera frase. "Me he divorciado, estoy muy bien. Estoy en Alicante. Vente." WTF?!!! Por un momento se siente como una call girl, sí, porque además, mientras hablan o se escriben, lo mismo da, ella está con el mocho (su fregona deluxe ha querido caracterizarse para darle dramatismo a la escena) fregando la casa. Está pensando en su tía, la que dice que no tenía aspiraciones de pequeña y que tras dos neumonías casi ya no le quedan de mayor. Está pensando en que sus aspiraciones son de la última invasión de chinches que invadió su colchón. Porque ahora sí, los únicos vampiros que la liban son pequeños y es legal su exterminio. Mientras tanto él insiste. "Coge un avión. vente a Málaga. Cobarde." Y ella sigue pensando en que acaba de quemar la resistencia de su aspiradora y con ella gran parte de sus aspiraciones. Tengo un trabajo, dice, y al instante se da cuenta de que cada vez se está metiendo más en el personaje. Ahora está en el baño, echando salfumán al inodoro. Lleva una mascarilla puesta. Un cuadro. Pero se revuelve, quizá los vapores del salfuman sean buenos para estos asuntos, y  decide defenderse escribiendo un par de frases rápidas que le den en plena línea de flotación (con los años es una ninja del rejoneo instantáno). El contrataca, rápido, con un par de frases que le hacen parecer sensible. Game Over. El sátiro e finito. Hablan como personas aunque queda claro que tras el divorcio él ya está pesando en la segunda ronda. Pero qué ridículo pretender erotismos tan burdos. Si él supiera que ella está mascarilla en cara y escobilla en mano limpiando el váter...  La conversación acaba y a ella le da miedo salir a la calle: Quizá esta vez los ochenta hayan vuelto para quedarse. La coversación se acaba y ella piesa, mocho en mano, que a este paso lo siguiente será que volvamos a los árboles y que, después de eso, nuestros recién desarrollados pulgares tecnológicos nos devuelvan al modo anfibio. Donde quiera que estén, los dinosaurios se reirán de todos nosotros. En vez de trompetas escucharemos una carcajada interestelar venida de otro plantea. Los dinosaurios lo sabían. Por eso hiceron mutis por el foro. Los dinosaurios, que especie más elegante. Y no como nosotros, los monos.

5 comentarios:

c dijo...

ENORME ENORME ENORME

C. dijo...

Gracias solet. Es solo un itento, no sé. MUA!

Eterno Subalterno dijo...

Este es el camino.

Anónimo dijo...

Me encantó!!! Impresionante.
Besos desde el cono Sur
Sole

C. dijo...

Gracias desde el cono Norte, Sole!!!! de que pasta estáis hechas las Ellenas, de gnocci deluxe?

cariños gauchos.
C.