25.11.15

De vuelta

Y por qué no. A fin de cuentas nadie escucha. Vuelvo aquí como el que sube a lo alto de la montaña dispuesto a gritar sin que nadie le oiga. Silencio, por todas partes silencio. Me sobra la montaña, me basta con salir a la calle, quedar para comer con algún amigo de baja intensidad, de esos que hablan y hablan, de los que no preguntan qué tienes tú que contar, qué necesitas, si estás bien. Un encuentro superficial con un maniquí parlante. Es algo obsceno o triste, según se mire. Como no rehuir el contacto ocasional con otro cuerpo en el transporte público, nada genital, apenas un brazo, una rodilla que coincide con otra al enfilar la salida, la mano que se apoya en la espalda ajena en un pasillo, ese gesto que sólo busca conservar el equilibrio.
Paseamos nuestra soledad por la calle, en los restaurantes, en cada tienda. Sentamos a nuestra soledad a la mesa, le servimos comida y algo de beber. Fantasmas que traspasan otros fantasmas sin dejar ni tan siquiera un rastro similar al del humo de un cigarro.
Soy una voz en un teléfono, unas palabras en un mensaje de texto, en un correo, poco más puede probar que existo todavía. Ojalá pudiéramos quitarnos el cuerpo al volver a lo que sea que llamamos casa, habitar el vacío clandestinamente y sin dejar rastro. Pero no es posible. Por eso estoy de vuelta.