23.9.13

La mala hora.



Pienso, inevitablemente, en mi padre, en qué diría, qué haría, qué pasaría si hoy levantara la cabeza y viera esto que me pasa, este suma y sigue que me agota, que me vence, que está pudiendo conmigo. Porque todo hasta tú mismo polvo fuiste y en estas estamos. Y siento vergüenza porque me siento manca y triste, impotente, pequeña, diminuta. Porque todo es más difícil, yo soy más difícil, y solo la química me aguanta. Hasta cuando podré seguir abusando de la infinita paciencia de los que están de este lado de la vida. Dime papá, o tú, Chus, porque quizá vosotros ya sepáis algo, ya os hayan revelado de que va este perverso juego. qué sentido tiene toda esta ruina, esta catástrofe; decidme por qué no os dejan permanecer un poco más a mi lado, por qué no os dan un día de permiso entre los vivos para que pueda abrazaros, que pueda deciros que ese del foso está siendo malo conmigo; para que pudierais estar aquí y echarme a un lado y tomar cartas en el asunto. Qué sentido tiene pasar por todo esto. Por qué mamá, allá al fondo no puede sino preocuparse o elegir entre evasión o victoria. Por qué me he quedado aquí, de este lado en que no estáis, por qué así, de este modo, sin que me alcancen las manos ni las piernas, con los pulmones de un niño de cuatro años y esta sucia nube tóxica que me sube por el patio.

Y luego sí, será una alegría de 60 mg, provocar a unas cuantas endorfinas, volver yo misma a ponerme la máscara, y seguir aquí, a oscuras, porque la cara oculta de la luna se proyecta sobre mi mala sombra y bueno, en fín, ya saben, sí, sí, eso de ahí es un cadáver, pero ya está, disuélvanse, por favor: aquí ya no hay nada que ver.